La política exterior de nuestro país se ha convertido en los últimos años, -y ante un lamentable manejo de ésta-, en un asunto que ha crecido en interés público. Sin embargo, poco ha podido hacer esta política por construir y reconfigurar la percepción que hay de México en el exterior. La falta de un trabajo estratégico tanto en política interna y externa, han dejado huellas indelebles. Narco, corrupción, violenci0a, feminicidios, desapariciones, son algunas de las “etiquetas” que tristemente definen a nuestro país frente al mundo, a diferencia de antaño.
Al comienzo de la LXIII Legislatura, señalaba en el análisis del Tercer Informe de Gobierno, que a través de la idea de ofertar a México como destino turístico se pretendía vender espejitos como oro. El génesis de este malentendido, venía de la idea de que la comunicación política estaría por encima de las realidades que se viven en el país. Ahí fue donde nació el fallido –hoy casi inaudible- “Mexican Moment”.
El estudio Anholt-GfK Nation Brands (NBI) 2017, que mide la percepción global de 50 países considerando 6 variables que son: exportaciones, gobernabilidad, cultura, gente, turismo, inmigración e inversión; indica que México, “a pesar de la gran afluencia de turistas internacionales”, no logra destacarse en el mundo por ser una nación prospera, o con potencial de desarrollo, por lo que en su índice se encuentra en lugar 33.
Cabe mencionar que al año pasado la entrada de divisas por turismo internacional, rebasó los 16 mil millones de dólares, aunque en contraste, derivado de las alertas de viaje, los ciudadanos estadounidenses tienen prohibido, por ejemplo, viajar a Acapulco, uno de los destinos más famosos del país.
En este escenario, destaco el papel del Servicio Exterior Mexicano –el más antiguo en la historia del país- y el de la Cancillería en el posicionamiento con el exterior. Las cuestionadas designaciones iniciando por la del Canciller en turno, y las de algunos Embajadores o Cónsules “carnales”, la continua rotación de personal, la falta de estrategia para negociar con la administración de Trump, y las pifias del Ejecutivo, han empañado la positiva labor que desempeñan muchos profesionales del servicio exterior.
Con la reforma aprobada la semana pasada a la Ley del Servicio Exterior (LSEM), se ha dado un importante paso para fortalecer a la Cancillería y al SEM. Se ha provisto de un mejor esquema laboral al personal, que va desde mejores jubilaciones hasta beneficios tangibles para las personas en activo, como mayores permisos de maternidad, paternidad, discapacidad, así como perspectiva de género, entre otras. México necesitaba urgentemente una transformación en este sentido, una encaminada a que la política exterior del país recobre el prestigio de tiempo atrás.
Para cambiar la percepción que hay de nosotros en el mundo, es indispensable la renovación interna. Combatir la corrupción, exigir el respeto de los derechos humanos, generar oportunidades de vida para millones que prevalecen en la pobreza.
Hace unas semanas, invitada por la Duma rusa, asistí como observadora internacional a las elecciones presidenciales en las que Putin ganó con una avasalladora ventaja. Más allá de diferencias, concluyo que a nuestro país, le urge un fuerte liderazgo democrático, alguien que inspire confianza, y esperanza de un mejor futuro a la población y nos devuelva la autoestima y prestigio nacional.
Urge un estadista con visión social, con carácter para terminar con la impunidad. Alguien que no le tiemble la mano para defender el interés nacional, que sepa ejercer la diplomacia y diversifique las relaciones en el concierto internacional. Es necesario lo antes posible, los candidatos muestren sus propuestas sobre esta área estratégica.
