Si analizamos las recetas de la mayoría de los economistas occidentales para el crecimiento económico, encontraremos que se centran en cómo volverse competitivos con el fin de exportar más, más y más buscando superávits comerciales. China y Alemania son dos ejemplos.
Tal vez países pequeños, por el tamaño de sus mercados, deban orientarse al mundo. Pero países grandes y en desarrollo como México, tienen que pensar distinto. China ya lo entendió.
Los economistas tienen cierta obsesión con las exportaciones presentadas como una panacea. Rara vez toman en cuenta los riesgos. Si todos los países se dedican a exportar necesitan a un importador. Hoy el principal importador es Estados Unidos, que mantiene déficits comerciales crecientes con muchos países. Cuando basamos el desarrollo y crecimiento económico en una o dos naciones, el riesgo es alto. Es estar jugando a la ruleta rusa.
El tema es que un modelo orientado casi exclusivamente a la exportación no es sostenible en el tiempo. Un modelo de crecimiento sostenido requiere de otros elementos. Un mercado interno fuerte es sustantivo. Una nación con una población con buenos ingresos, capaz de consumir, actúa como red a los shocks externos. Y es una sociedad potencialmente más justa.
Los países en general, y sobre todo México, tenemos que quitarnos la obsesión de ser competitivos solo con el fin de exportar; debemos trabajar en una economía más balanceada en la que parte sean exportaciones, pero el motor central sea el consumo interno. Si tenemos un mercado interno fuerte, podremos desarrollar incluso industrias más sofisticadas. Consumidores con mayor poder de compra pueden optar por bienes de valor agregado mayor.
Buenos salarios, buenas prestaciones. ¿Le suena muy revolucionario? Pues no es algo que sea una bandera roja de ningún alocado izquierdista. Buenos salarios y buenas prestaciones hay en Alemania, Noruega, Suecia, Dinamarca, Nueva Zelanda, Australia, Francia, Holanda, Canadá e incluso, Corea. No son sociedades socialistas sino de beneficios socializados.
Repase el mundo. Naciones con poblaciones de escasa capacidad adquisitiva son raquíticas. Generalmente dependen de atraer industrias extranjeras a través de incentivos fiscales, que no otorgan a sus empresas nacionales. Eso no parece ser un futuro sostenible.
Y si insistimos en basar el crecimiento en exportaciones, tenemos que crear un balance comercial diversificado. México envía ¡el 81%! de sus exportaciones a Estados Unidos. Hoy es Trump, mañana puede ser otro el problema. Mientras tanto, otras naciones de América Latina tienen estrategias más abiertas. ¿Argentina? 16% de exportaciones a Brasil, 8% a EU, 8% a China, 5% a Vietnam, 4% a India; ¿Brasil? China 19%, EU 13%, Argentina 7%, Holanda 6%; ¿Chile? China 29%, EU 14%, Japón 9%, Corea 7% y Brasil 5%.
México ha descansado en una estrategia de exportación geográfica. Tenía perfecto sentido en el corto plazo: para qué ir a otros mercados cuando tienes la mayor economía del mundo a tiro de piedra. El problema es que hacer negocios con un elefante también pone en riesgo que el elefante se te siente encima, y cuando tienes una crisis o un presidente dispuesto a quedar bien con su electorado, ya no se sienta encima un elefante sino toda la manada. Hay que dejar de pensar en el corto plazo y tomar en cuenta que los contextos siempre están cambiando lo que conlleva a cambios en las políticas económicas de los países: en ocasiones para bien y en ocasiones para mal.