Las aduanas en México son una de las instituciones con más antigüedad en la historia de nuestro país. Basta recordar que en 1530 se estableció en Veracruz la primera puerta al continente americano.
Después de la consumación de la Independencia mexicana, las aduanas siguieron operando y expandieron su cobertura. Todo esto en armonía con el crecimiento económico y del consiguiente incremento del comercio exterior, particularmente de las exportaciones.
De hecho, la Aduana de Veracruz financió en sus comienzos al primer gobierno, surgido de la guerra de Independencia de México, que estaba en bancarrota.
Desde 1872 inició un proceso de modernización en el trato al comercio exterior, para lo cual se simplificaron trámites, se crearon aranceles y se buscó estandarizar formatos de despacho. El 19 de febrero de 1900 la Secretaría de Hacienda expide la Ley que establece la Dirección General de Aduanas para “concentrar en una oficina la dirección e inspección de las Aduanas de la República”.
En los años ochenta —y con la apertura comercial de México— nace una creciente demanda por modernizar y transformar el quehacer de las aduanas.
Las aduanas de México requieren cirugía mayor, el diseño neoliberal las desdibujó del entorno institucional nacional e internacional. La mayoría de los países del mundo entienden claramente su misión, aquí se le disminuyó hace 22 años.
Se abandonó su sentido operativo y primer frente con el comercio exterior como sucede con el resto del mundo.
Se omitió su misión estratégica de seguridad nacional para evitar el trasiego de materias primas para la violencia. Imagine usted, apreciado lector, si se hubieran detectado a tiempo las miles de armas que pasaron a México y que lo tienen convertido en un camposanto de 250 mil muertos.
El uso correcto de la tecnología en pro de la sociedad es un acto de pacificación a todo el entorno nacional.
Las constantes denuncias de corrupción actualmente son materia de investigación en sistemas de inteligencia; ha sido tan estructurada la operación ilícita, que requerirá de acciones contundentes de alto calado.
Según la OCDE, cada uno de los miembros de la Organización Mundial de Aduanas pierde al menos dos mil millones de dólares por el fenómeno que la corrupción genera.
Las aduanas de México deben de ser una institución presente, visible, un ente de seguridad nacional de alta logística, de facilitación y agilización del comercio internacional, pero primordialmente una oficina digna, donde los servidores públicos se encuentren orgullosos de pertenecer a este noble e histórico cuerpo.
La meta sería tener una identidad institucional propia, que haga renacer el espíritu del cuerpo.
Algo que no da una mixtura de oficinas administrativas tributarias multifacéticas.
El enorme aporte recaudatorio sólo por el concepto de importación suma más de 496 mil millones de pesos anuales. Si se eliminaran los costales de arena a manera de metáfora que resulta la corrupción, el vuelo sería extraordinario, los ingresos se verían reflejados en el corto plazo, la institución sería más confiable y respetada, lo que significa mejores y mayores negocios en beneficio de México.
Todo esto va de la mano con la eficiencia y la agilización en los negocios internacionales, donde debe haber una alianza permanente con TODOS los operadores nacionales y extranjeros; el sentido siempre debe ser el beneficio colectivo y priorizar la detonación de la economía local.
La paridad internacional de la institución es indispensable para hablar el mismo idioma del comercio exterior, adherirse a los instrumentos internacionales como el resto del mundo, tecnificar todos los procesos para extinguir la corrupción imperante.
La Cuarta Transformación de las aduanas implica no sólo un cambio normativo, sino de nueva mística del servicio público y de apertura a la nueva cultura institucional.