China se prepara para acoger uno de los acontecimientos políticos más internacionales de su Historia, la cumbre del G20, en una coyuntura no precisamente propicia, con fuertes dudas sobre el futuro de su economía, crecientes conflictos con sus vecinos y un aumento de la censura y la represión internas.
La desaceleración de su crecimiento económico tras 30 años de rápido ascenso, las disputas marítimas con Japón o Filipinas, los roces con Estados Unidos por el escudo antimisiles en Corea del Sur y otros focos de tensión han cerrado a China sobre sí misma en el momento en el que debe recibir a los máximos líderes globales.
Lo hará los días 4 y 5 de septiembre en Hangzhou, ciudad del este de China que en la Edad Media simbolizó el encuentro entre Oriente y Occidente, cuando fue visitada por Marco Polo y descrita en su Libro de las Maravillas como “el lugar más noble y espléndido del mundo”.
El Gobierno chino ha subrayado en los días previos a la cumbre que su principal objetivo en ésta es potenciar reformas y medidas que estimulen el crecimiento económico, que sigue sin recuperarse del todo desde la gran crisis de 2008, y que afecta a China sobre todo por la baja demanda de sus exportaciones.
“Debemos promover reformas estructurales y ofrecer nuevas soluciones para un crecimiento robusto, sostenido y equilibrado”, señalaba al respecto el viceministro de Finanzas Zhu Huangyao en una reciente conferencia para presentar las metas de la nación anfitriona en Hangzhou.
Pekín insiste en que la finalidad de la cumbre es económica y las cuestiones políticas “distraen”, por lo que intentará que conflictos crecientes como el que sostiene con Vietnam y Filipinas en el Mar de China Meridional (en el que EEUU ha adoptado un papel de apoyo a Manila y Hanoi) no se interpongan en el foro multilateral.
Sin embargo, es probable que ese asunto planee en el encuentro que probablemente celebren al margen de la cumbre los presidentes chino, Xi Jinping, y estadounidense, Barack Obama, al igual que la futura instalación del escudo antimisiles THAAD en Corea del Sur, que también ha enrarecido los lazos entre Pekín y Seúl.
Washington defiende que el THAAD va a construirse en respuesta a la creciente actividad militar de Corea del Norte y a la retórica cada vez más agresiva de su líder Kim Jong-un, pero China, junto a Rusia, lo ve como una amenaza directa a su seguridad militar.
Los problemas económicos y políticos de China, que afectarán a la atmósfera de la cumbre, están causando, según organizaciones de derechos humanos, un notable repliegue del régimen comunista en materia de derechos humanos.
“El Gobierno chino ha dado pasos para aumentar el control sobre la sociedad civil, imponer restricciones a la libertad de expresión y encarcelar a muchos que se atreven a expresar críticas o protestar pacíficamente”, señala al respecto el analista de Amnistía Internacional (AI) para Asia Joshua Rosenzweig.
Cientos de abogados dedicados a la defensa de disidentes y activistas han sido perseguidos durante un año de campaña para silenciar a la sociedad civil, mientras los medios oficiales chinos han asumido un lenguaje casi bélico, con resabios de la retórica de la Revolución Cultural.
Un factor de esta creciente represión, apunta a Efe el activista de AI, “es el miedo a la agitación social, ahora que la economía china se frena y es más volátil a la influencia de tendencias globales y a la inevitable transformación estructural dentro del país”.
Rosenzweig recordó a los países del G20 que China y otros países del grupo de las mayores economías mundiales deben tener en cuenta que sus objetivos “deben ser inseparables de la protección y el respeto a los derechos humanos”.