Desde su campaña electoral, el recién instalado presidente externó su convicción de que México se había aprovechado del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, a expensas de Estados Unidos. Entre las medidas que ha prometido llevar a cabo destacan la revisión e incluso el abandono del TLCAN y la imposición de obstáculos a las importaciones de México, como aranceles cuya posible magnitud ha variado con el tiempo. Además, ha buscado desalentar la inversión estadounidense en el país.
La respuesta de los mexicanos, manifestada en las redes sociales, no se ha hecho esperar. Ante las amenazas de proteccionismo, muchos han demandado también proteccionismo. Así, entre otras, han proliferado iniciativas como consumir sólo los productos hechos en México con insumos mexicanos, boicotear a las empresas estadounidenses, castigar ciertos sectores económicos “políticamente sensibles” de Estados Unidos con aranceles sobre sus productos, y poner subsidios e impuestos “espejo” al comercio con ese país, presumiblemente para nulificar los que aplique el vecino país del norte.
A pesar de que la represalia pudiera considerarse lógica, sobre todo a la luz de otras intimidaciones recibidas, su aplicación al comercio no resulta una idea sensata. La visión del nuevo presidente se finca en falacias que conllevan un daño a los consumidores de Estados Unidos. Abrazar su razonamiento perjudicaría a los consumidores de México.
Tres errores destacan en la visión del gobierno estadounidense. El primero es considerar que los déficits comerciales lesionan a las naciones y los superávits las fortalecen. Como México ha mantenido un superávit comercial con Estados Unidos, el presidente concluye que el primero ha ganado y el segundo ha perdido.
Este error tiene sus orígenes en una corriente de pensamiento desarrollada en los siglos XVI y XVII, denominada mercantilismo, que condenaba los déficits comerciales porque tenían que pagarse con oro, metal considerado entonces como fuente de riqueza nacional. Fue el padre de la economía moderna, Adam Smith, quien en 1776 rebatió este error, persuadiendo que la riqueza de las naciones no consiste en los metales preciosos sino en la cantidad de bienes y servicios disponibles al consumidor.
De hecho, no hay relación entre el crecimiento económico de un país y el signo del balance comercial. Hay economías que crecen con superávit y otras con déficit.
Un segundo, más profundo error es pensar que el comercio es un “juego suma cero”, es decir, un conjunto de transacciones en las que para que unos ganen otros deben perder. Sin embargo, la esencia de cualquier intercambio es que ambas partes se benefician. En el comercio internacional, las exportaciones tienen como contrapartida una demanda de los importadores. Si ambas partes no se favorecieran, las transacciones no ocurrirían. Con el libre comercio tanto los consumidores de Estados Unidos como los de México han ganado.
Este error se relaciona con un tercero: pensar que lo que ocurre en un sector ocurre en toda la economía. El nuevo presidente acusa a México de haberse llevado los empleos de ciertas industrias de Estados Unidos, como la automotriz donde se concentra el déficit bilateral de ese país. Sin embargo, los empleos no son una cantidad fija a distribuirse entre las economías. El libre comercio impulsa la producción, el empleo y el consumo, como ha ocurrido en ambos países.
Es cierto que el aprovechamiento de las ventajas comparativas, inducido por el intercambio libre, implica reacomodos y dinamismos de empleo diferenciados entre los sectores. Pero poner obstáculos al exterior para proteger los empleos en una industria es imponer un menor estándar de bienestar a toda la población, a cambio de favorecer a ciertos grupos de interés.
México no debe responder con la misma moneda a las amenazas del nuevo gobierno de Estados Unidos. La apertura al comercio y la inversión iniciada unilateralmente por México desde los años ochenta ha generado grandes beneficios al consumidor mexicano, ofreciéndole una gama muy amplia de bienes y servicios de mayor calidad y menores precios. Obstaculizar esos flujos dañaría al país. Si otros quieren perjudicarse cerrando las fronteras, no los sigamos para perjudicarnos nosotros mismos.
El autor fue Subgobernador del Banco de México durante 2009-2016.
Twitter:@mansanchezgz