De eso no se deduce que los peores culpables sean siempre los países que tienen los mayores desequilibrios comerciales con los Estados Unidos. El comercio mundial es complejo y los desequilibrios comerciales entre dos países cualesquiera pueden ser resultado de desequilibrios generados por las políticas de otras naciones. Las intervenciones dirigidas a países específicos en realidad pueden agravar el déficit comercial total de los Estados Unidos.
México es un ejemplo de eso. El país es el tercer socio comercial de los Estados Unidos en magnitud, ya que el comercio anual entre ambos llega a los 525,000 millones de dólares. Exporta bienes a los Estados Unidos por casi 63,000 millones de dólares más de lo que importa. Sólo otros tres países tienen superávits más grandes con los Estados Unidos, lo que hace de México un blanco obvio para el gobierno de Trump.
Sin embargo, esa cifra no refleja toda la realidad. Pese a su superávit con los Estados Unidos, México tiene el séptimo déficit de cuenta corriente más grande del mundo, equivalente al 2.8 por ciento de su PIB; el comercio representa la mitad de ese déficit. Los países con déficit de cuenta corriente invierten más de lo que ahorran y deben financiar la diferencia con capital extranjero. México es, por lo tanto, un importador neto de capital.
Comparemos esto con el superávit bilateral de 347,000 millones de dólares de China con los Estados Unidos, el de 69,000 millones de dólares de Japón y el de 65,000 millones de dólares de Alemania. Estos tres superávits comerciales son sólo una parte de los superávits más grandes que tiene cada uno de estos países con el mundo. Los países con superávit comercial, obviamente, deben exportar el excedente de ahorro que no pueden invertir en el ámbito nacional, lo que hace de estas tres naciones también los mayores exportadores netos de capital del mundo, con 293,000 millones de dólares, 138,000 millones y 285,000 millones respectivamente.
Sus altas tasas de ahorro reflejan bajos niveles de consumo en cada país como porcentaje del PIB. El consumo es débil, a su vez, porque los hogares comunes mantienen porcentajes del PIB desproporcionadamente bajos respecto del gobierno, las empresas y los ricos. Como sus propios consumidores no pueden absorber todo lo que producen estas naciones, éstas deben exportar su excedente de producción -además de su excedente de ahorro- a un mundo reacio a recibir ambas cosas.
Los países pueden limitar su vulnerabilidad a estos excedentes restringiendo directa o indirectamente la entrada de capitales. Pero Estados Unidos, con sus mercados financieros profundos y flexibles, no impone barreras a los capitales, lo que lo convierte automáticamente en el amortiguador del exceso de ahorro del mundo. Casi la mitad de las exportaciones netas de capital del mundo fluye hacia los Estados Unidos. La única manera de dar cabida a todo este dinero es tener déficits comerciales persistentes.
La mayoría de los economistas no entiende adecuadamente la relación entre los flujos comerciales y los de capitales, quizá porque durante la mayor parte de la historia aquella fue más simple. En el pasado, el comercio entre dos países reflejaba sobre todo las diferencias en los costos de producción. El capital fluía entre ellos principalmente para equilibrar las importaciones y las exportaciones. En otras palabras, el comercio determinaba la dirección de los flujos netos de capital.
Eso ya no es así. Los flujos de capital se han vuelto varias veces más grandes que los flujos comerciales: el comercio de mercancías representa poco más del 1 por ciento del volumen diario de negociación de divisas, según la Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo. Decisiones de inversión independientes ahora obligan al comercio a adaptarse, modificando los precios relativos de los bienes que se comercian a través de cambios en las tasas de interés o el tipo de cambio.
A diferencia de China, Japón o Alemania, México no exporta capital ni tiene superávit comercial con el resto del mundo. En cambio, absorbe el excedente de ahorro y de productos manufacturados del mundo, tal como lo hace Estados Unidos. El gran superávit comercial bilateral de México con su vecino del norte en su mayor parte es consecuencia de la comodidad logística de una frontera común y normativas racionalizadas. Japón, por ejemplo, podría exportar directamente el excedente de ahorro a los Estados Unidos y exportar indirectamente el excedente de producción bajo la forma de bienes intermedios enviados a diversos países de la cadena de valor, incluido México, los que a su vez tienen superávit comercial con los Estados Unidos.
Si el gobierno de Trump penalizara las importaciones mexicanas, el déficit comercial estadounidense con México casi con certeza se contraería. Pero los déficits que tiene Estados Unidos con otros países crecerían aún más. ¿Por qué? Porque la intervención estadounidense haría que México fuera menos atractivo para el capital extranjero. Ese capital, en cambio, acabaría en los Estados Unidos? y el problema se intensificaría si otros países latinoamericanos sufrieran un efecto de contagio de México. El aumento de los flujos netos de entrada a los Estados Unidos inexorablemente obligaría a hacer ajustes de precios que elevarían el déficit comercial total de los Estados Unidos en una proporción equivalente, al tiempo que el déficit con México retrocedería.
El superávit comercial de México con los Estados Unidos distrae la atención de la verdadera cuestión. Su gran déficit comercial con el resto del mundo reduce los desequilibrios mundiales y de ese modo contribuye a moderar el déficit estadounidense. Si bien el sistema del comercio mundial claramente necesita ser reparado, castigar a los exportadores mexicanos no haría mucho por resolver el problema fundamental del exceso de ahorro de determinados países. Y lo peor sería que sólo haría que el comercio estadounidense estuviera aún más desbalanceado.