A principios de los noventa, entre reunión y reunión sobre el proyecto del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), los negociadores estadounidenses, mexicanos y canadienses se intercambiaban a miles de kilómetros de distancia enormes pilas de papeles de trabajo para preparar el siguiente encuentro. Lo que hoy sería cuestión de un clic y pocos segundos, todavía suponía un trabajo arduo: el fax era el principal medio de transmisión de documentos y eso convertía en tedioso todo el proceso.
Casi un cuarto de siglo después, las nuevas tecnologías de la información lo han cambiado todo: entre la ronda que ha comenzado este miércoles en Washington y la que se celebrará en septiembre en la Ciudad de México, los negociadores apenas invertirán unos segundos en enviarse la documentación por correo electrónico. Muchos de ellos ni siquiera llevarán papeles en la cartera; casi con total seguridad tomarán un Uber para sus desplazamientos en la capital estadounidense y probablemente recurran a Amazon para compras de última hora.
Este cambio de paradigma no puede estar ausente en la recién comenzada renegociación del TLC. “El mundo ya no es el mismo que en los años noventa y, más allá de la retórica proteccionista de Donald Trump, el tratado estaba abocado a una actualización”, resume Ignacio Bartesaghi, uno de los mayores expertos académicos en temas de comercio de internacional de América Latina. Entre los nuevos capítulos que, según los especialistas, tendrá que recoger sí o sí el nuevo tratado estará el comercio electrónico y la denominada economía colaborativa. También habrá retoques, auguran, en materia de propiedad intelectual. Aunque en ninguno de esos puntos se prevé una discusión tan acalorada como la que habrá en el plano laboral, en el que Estados Unidos –y, en menor medida, Canadá– presiona para obligar a México a elevar sus estándares de trabajo y los salarios para evitar lo que ellos consideran una “competencia desleal” con los trabajadores estadounidenses, nadie duda de que desempeñarán un papel relevante en la negociación.
Comercio electrónico. “La clave en este punto estará en que no se imponga ningún tipo de gravamen”, augura Ricardo Ramírez, ex juez mexicano ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) y gran conocedor de las interioridades jurídicas del TLC. Más allá de las trabas arancelarias, la discusión en un tratado tan amplio como este se centrará, en el valor máximo de un pedido hecho a través de Internet para poder esquivar la aduana y evitar, así, el pago de impuestos adicionales. “En EE UU ese umbral está hoy en alrededor de 300 dólares (255 euros) y en México, en solo 50 (43 euros). Pero la idea de la Administración Trump es elevarlo hasta 800”, prevé el director general adjunto del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), Manuel Molano, el único mexicano presente en las audiencias públicas de la Casa Blanca sobre la renegociación. Todo, pese a las tiranteces de la Casa Blanca con Amazon, buque insignia del sector. En el caso de México, en el que las aduanas son un importante elemento de recaudación fiscal –y en el que muchos paquetes de alto valor provienen de EE UU– este cambio podría levantar ampollas.
Economía colaborativa. La uberización de la economía se ha convertido en una realidad diaria en las grandes urbes de la región –también en la Ciudad de México, donde el despegue de este tipo de plataformas ha sido muy rápido–, la delegación estadounidense defenderá en la mesa de diálogo los intereses de sus empresas en el ámbito del consumo colaborativo. “El mercado mexicano es muy apetitoso”, subraya Ignacio Martínez, coordinador del Laboratorio de Análisis en Comercio Exterior de la Universidad National Autónoma de México (UNAM). Con unas tasas de hogares conectados y de teléfonos inteligentes mucho más bajas que las de sus vecinos del norte y una población en constante crecimiento que ya casi alcanza los 130 millones de habitantes, el país latinoamericano se ha convertido en un bocado suculento que las empresas del sector, en su mayoría estadounidenses, no quieren dejar pasar. Y Martínez cree que Washington buscará que el nuevo TLC tenga capacidad de enmendar las trabas que algunos municipios mexicanos que se oponen al desembarco de estas plataformas.
Propiedad intelectual. Con la industria del software en constante expansión en los Estados del norte y, en menor medida, del centro de México, este capítulo tendrá un peso específico en la renegociación. “Hay mucho por hacer”, resume Molano. “En México la creación de software se protege a través de los derechos de autor, mientras que en EE UU es una patente más. Tanto las autoridades estadounidenses como el propio sector en México van a querer presionar para que el marco mexicano se parezca más al de EE UU”, destaca el jefe adjunto del IMCO. A su juicio, el gran problema es que las nuevas industrias, entre ellas la del software, están “demasiado ausentes” en la discusión, “en parte porque no están tan organizadas como las tradicionales, en parte porque no se les escucha tanto”.
Paradójicamente, es muy probable que el marco conceptual sobre el que se renegocien estos nuevos capítulos –o se actualicen algunos de los ya existentes, como en el caso de la propiedad intelectual– sea el Acuerdo Transpacífico (TPP), del que Trump descolgó a EE UU en su primera jornada de trabajo en el Despacho Oval pero en el que sus dos compañeros de viaje en el TLC siguen presentes. “Puede parecer chocante que Washington vaya a tomar como referencia un tratado que ha abandonado, pero a la vez es inteligente porque será negociar sobre la base de puntos que ya han sido aceptados por México y Canadá”, opina Bartesaghi. Una suerte de regreso al pasado para sentar las bases de futuro un acuerdo pensado para durar otros 23 años o más.