Se celebró en Puerto Vallarta, México, la XIII Cumbre de Presidentes de la Alianza del Pacífico. A la misma asistieron los presidentes Sebastián Piñera (Chile), Martín Vizcarra (Perú), Juan Manuel Santos (Colombia) y Enrique Peña Nieto (México). Estos dos últimos en periodo de transición en sus países –al haber ya nuevos presidentes electos– y con Martín Vizcarra debutando en este tipo de cumbres tras la dimisión a la presidencia de Pedro Pablo Kuczynski.
La Alianza del Pacífico (AP), que nació hace ya 7 años, se ha consagrado como la punta de lanza del neoliberalismo en la región. Tras el fracaso del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) en la IV Cumbre de las Américas, el repliegue del regionalismo abierto en la región fue una realidad. La estrategia pasó, por tanto, por constituir un bloque comercial que disputara los espacios económicos, comerciales y, por supuesto, políticos y geopolíticos a los nuevos procesos de integración y concertación política que nacían en la región bajo el regionalismo postneoliberal.
La Alianza del Pacífico recoge en su ideario las cuatro premisas fundamentales del neoliberalismo que constituyen, también, algunos de los principales dogmas de la economía ortodoxa:
Mejorar la competitividad a partir de la reducción de los costes, siendo uno de los principales el laboral, es decir, los salarios. La reducción de los costes laborales a través del impulso y fomento de reformas laborales con carácter precarizador del trabajo. La oleada de reformas laborales recorre el continente en los últimos años[1].
La reducción del tamaño del sector público que dé vía libre a la ampliación de los mercados y nuevas oportunidades para el sector privado. El ataque contra el sector público, aduciendo una supuesta mejor eficiencia de la gestión privada, es otro de los principales frentes de batalla de la derecha regional.
La liberalización comercial per se, como objetivo prioritario. Entre los grandes logros que se han destacado durante la celebración de las cumbres presidenciales, siempre están los resultados de liberalización comercial[2], obviando las grandes batallas que tiene por delante la región en cuanto a lucha contra la pobreza o reducción de las desigualdades.
La liberalización financiera que permite la rápida circulación de capitales y que ha sido la gran beneficiada del proceso de globalización neoliberal. Los capitales se mueven libremente, sin control y sin barreras, alentando la financiarización de la economía especulativa, en detrimento de la economía productiva.
Con estos ejes de acción, la Alianza del Pacífico comenzaba su andadura en un contexto regional de repliegue de estas ideas. Hoy, sin embargo, la correlación de fuerzas ha cambiado y son varios los países que se acercan a estas posiciones. Además, la proyección de la AP va más allá de la región latinoamericana, y resultado de esto son las recientes solicitudes por parte de Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Singapur de convertirse en Estados asociados del bloque. Igualmente, Corea del Sur y Ecuador han solicitado formalmente el inicio del proceso para convertirse en Estados asociados.
Mención especial debe tener el caso de Ecuador que -tras haberse erigido años atrás como uno de los grandes promotores de la integración latinoamericana en base a la concertación política, la cooperación económica y la integración productiva- apuesta ahora por unirse a un bloque donde son la liberalización de los mercados y el fomento de la competencia los principales objetivos. La presencia del ministro de Comercio Exterior, Pablo Campana, en la reunión de cancilleres del grupo, muestra el reposicionamiento regional del Ecuador.
Con esto, Ecuador da una nueva vuelta de tuerca tras anunciar, hace escasas semanas, su intención de desalojar unilateralmente la sede de la UNASUR situada al norte de Quito, uniéndose de esta forma a los países del Grupo de Lima que previamente habían anunciado su suspensión temporal en el bloque, aprovechando la asunción de la presidencia pro-témpore del Estado Plurinacional de Bolivia.
Otro de los grandes movimientos de la tectónica geopolítica que se ha visto estos días durante la celebración de la Cumbre Presidencial, ha sido la constatación de la “alianza estratégica” entre los dos grandes bloques económicos y comerciales de la región: la Alianza del Pacífico y el Mercosur. Otrora procesos que disputaban diferentes modelos económicos pero que hoy, tras el golpe en Brasil, la presidencia de Macri, la suspensión de Venezuela y la no ratificación de Bolivia como miembro pleno del bloque, el golpe de timonel en los objetivos del Mercosur es evidente y los mismos coinciden con los planteados desde la Alianza del Pacífico. Buena parte de este golpe de timonel se puede resumir en la frase macrista de “volver al mundo”, aunque eso signifique pasar por el FMI (Fondo Monetario Internacional) y el deterioro de las condiciones de vida de las grandes mayorías.
La alianza se evidencia por la presencia, por primera vez en una Cumbre de la Alianza del Pacífico, de los presidentes o representantes de los países del Mercosur. En Puerto Vallarta, además de los presidentes de la AP, estuvieron presentes para ratificar esta nueva relación entre ambos bloques Tabaré Vásquez (Presidente de Uruguay y presidente pro-témpore del Mercosur), Michel Temer (presidente de Brasil), Daniel Raimondi (secretario de Relaciones Internacionales de Argentina) y Federico García (vicencanciller de Paraguay). En conjunto, el Mercosur y la Alianza del Pacífico suponen alrededor del 85 por ciento del Producto Interno Bruto de América Latina, el 79 por ciento de la población, el 86 por ciento de las exportaciones y el 88 por ciento de la Inversión Extranjera Directa. Un gigante geoeconómico al servicio de los mercados. En este sentido, destaca el importante papel que dentro de la Alianza del Pacífico tiene el Consejo Empresarial de la Alianza del Pacífico (CEAP), verdadero ente dinamizador que marca las prioridades del bloque comercial.
En cuanto a las disputas extrabloque, otro de los conflictos internacionales que pueden afectar la AP en un futuro, tiene que ver con los aranceles que impuso Donald Trump al acero y aluminio a varios países, entre ellos, México y China, pues las cadenas globales de valor se modificarán en el corto plazo.[3] No han sido pocos los mensajes de los presidentes participantes a la política parcialmente proteccionista de Estados Unidos.
Si bien el discurso de Donald Trump ha sido en contra del libre comercio, lo cierto es que los tratados bilaterales continúan y es probable una reincorporación de Estados Unidos al TPP (Tratado Transpacífico de Cooperación Económica).[4] En este sentido, la Alianza del Pacífico será un actor clave en este tratado, tras la voluntad de la misma apertura hacia los países asiáticos y de la cuenca del Pacífico con las futuras incorporaciones de Nueva Zelanda, Australia, Canadá y Singapur (que a su vez forman parte del TPP). Adicionalmente, siendo un movimiento no menor para incrementar la presencia del grupo en Asia, los presidentes acordaron convertir a Alianza del Pacífico en “grupo observador” del Foro de Cooperación Asia Pacífico (APEC).
A pesar de la retórica de Trump contra el libre comercio, la importancia geopolítica y geoeconómica de América Latina para Estados Unidos -sobre todo en recursos estratégicos (energéticos, minerales y agua)- llevará al gobierno estadunidense a continuar con la búsqueda de tratados comerciales, militares, y políticos. Y, en ese sentido, la relación con la Alianza del Pacífico resultará clave, bien sea de manera directa o de forma indirecta a través de los Tratados de Libre Comercio que actualmente tiene Estados Unidos con cada uno de los países integrantes de la Alianza del Pacífico.
Por último, es de destacar que, por primera vez desde la fundación del bloque, uno de los países no estará marcado por el sesgo ideológico del neoliberalismo. La llegada a la presidencia mexicana de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) modificará la posición ideológica que, hasta ahora, había sido monocromática al interior de la Alianza del Pacífico. Esto presenta una nueva disyuntiva con la que no había tenido que lidiar el bloque comercial. AMLO, que en un primer momento iba a asistir en su calidad de presidente electo, finalmente no fue. Su ausencia[5] modificó la agenda del presidente chileno Sebastián Piñera, que había acordado una reunión. Lo invitó a Chile en un futuro próximo. Marcelo Ebrard, propuesto para ser el canciller mexicano, se reunió con Roberto Ampuero, canciller chileno, y trascendió que establecieron un primer contacto cordial y de respeto. Ebrard y Ampuero se conocieron cuando este último fue embajador en México. Ebrard informó que buscarán profundizar una AP en donde se incluyan también a pequeñas y medianas empresas y en un enfoque social.
La AP continuará en términos comerciales, pero uno de los problemas con los que tendrán que lidiar será la relación con Venezuela, pues estos mismos países forman parte del Grupo de Lima, y AMLO ya expresó que tomará una postura neutral, volviendo a la postura clásica de diplomacia mexicana en donde primaba la máxima de “libre autodeterminación de los pueblos”.
La Alianza del Pacífico avanzó, nuevamente, sobre su guion escrito de apertura comercial. Sin embargo, en el nuevo periodo se le abren nuevos desafíos que pasan por la contestación desde los centros de la economía mundo capitalista de la globalización neoliberal y la ruptura de la posición ideológica monocromática en su interior. A esto hay que unir a los desafíos previamente existentes sobre cómo avanzar en las políticas que consigan la reducción efectiva de la pobreza y la desigualdad, temas que, como sigue siendo habitual en las reuniones de la Alianza del Pacífico, han quedado fuera de la discusión.