Hasta hace poco, la estrategia del gigante asiático en América Latina se basaba en suscribir acuerdos puntuales con países ricos en recursos naturales, pero necesitados de infraestructura e inversión a condiciones favorables. Sin embargo, la reciente inclusión de Panamá en los países que forman la nueva Ruta de la Seda – una red de acuerdos institucionales, comerciales, de inversión e infraestructuras para conectar los territorios de la antigua Ruta de la Seda, así como otras áreas geoestratégicas – augura la voluntad de China de estrechar vínculos con más países latinoamericanos, erosionando la hegemonía de E.E.U.U. en la región.
Este ambicioso proyecto, también llamado en inglés “Belt and Road Initiative” (BRI), ya ha sido suscrito por más de 90 países del mundo, sobre todo en Asia, África y Europa Oriental. Según el Banco Mundial, aglutina 30 % del PIB mundial, 62 % de la población del planeta y 75 % de las reservas de energía.
Si bien América Latina no participa formalmente en el BRI, el ministro de asuntos exteriores chino, Wang Yi, se refirió a la región como una “extensión natural” y un “participante indispensable” del programa. Chile, Perú, Argentina, Brasil y Venezuela ya son socios comerciales preponderantes de China, y los expertos advierten que si no se han unido a la Ruta todavía es por los recelos que podría despertar en EEUU.
Pero ¿qué tan bien posicionados están los países latinoamericanos para sumarse al plan? Es difícil de determinar, al tratarse de un proyecto que carece de un patrón homogéneo de colaboración – mantiene una política de puertas abiertas a cualquier gobierno que quiera sumarse – y de instrumentos existentes de medición sobre su desempeño, además de ser criticado por su falta de transparencia.
Para entender si América Latina tiene potencial para convertirse en el ala oriental de la BRI, y, sobre todo, si puede presentar una contribución positiva al proyecto, en EGADE Business School creamos una herramienta que evalúa la participación individual de los países miembros. Dada la heterogeneidad de los países que forman parte de la nueva Ruta de la Seda y la falta de información oficial, la mejor forma de abordar la cuestión fue realizar una comparación de países.
En nuestra investigación “Latin America: The East Wing of the New Silk Road. Competition and Regulation in Network Industries”, publicada en Competition and Regulation in Network Industries, comparamos un grupo de diez miembros actuales del BRI con diez países latinoamericanos. Procuramos que cada grupo tuviera una composición similar entre países ricos y pobres, grandes y chicos, más y menos poblados.
Grupo de países miembros: Emiratos Árabes Unidos, Indonesia, Kazajistán, Laos, Myanmar, Paquistán, Rusia, Singapur, Tailandia y Vietnam.
Grupo de países latinoamericanos: Argentina, Brasil, Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, México, Panamá, Perú, Venezuela.
Identificamos cinco variables de colaboración, que se corresponden con los principales pilares del BRI y les asignamos dos criterios de medición:
- Coordinación política: Tratados de libre comercio firmados y visitas presidenciales
- Conectividad: Competitividad logística e infraestructuras
- Promoción del comercio: Facilidad de hacer negocio y coeficiente de comercio
- Integración financiera: Deuda gubernamental y calificación crediticia soberana
- Relaciones entre los pueblos: Movilidad internacional e Institutos Confucio
De esta forma, pudimos constatar que no hay diferencias significativas entre los países miembros y los países latinoamericanos, siendo éstos últimos buenos candidatos a formar parte del ala oriental de la nueva Ruta de la Seda. América Latina necesita urgentemente inversión en infraestructura e instrumentos financieros para mantenerla, pero es probable que en la actual etapa de desarrollo del BRI las inversiones que principalmente vienen de las grandes empresas públicas chinas sean canalizadas a través de empresas privadas chinas que compitan con sus contrapartes locales.
Según el análisis realizado, Chile, Perú, Panamá y México ofrecen las mayores probabilidades de éxito en su presumible adhesión a la nueva Ruta de la Seda, con una serie de naciones de América Latina con el potencial adecuado para su integración al proyecto en el mediano plazo.
Unirse al BRI es fácil, quizá demasiado fácil para cualquier gobierno. Pero a pesar de que este plan puede ofrecer múltiples ventajas a los países, también tiene su lado oscuro. Tanto los países que aspiran a unirse como la República Popular China se beneficiarían de tener un instrumento que evalúe las fortalezas y debilidades de los países candidatos a integrarse, y de esta forma reducir riesgos como el impago de la deuda. Los críticos del proyecto, además, le adjudican otras desventajas, como la posición de liderazgo excesivo o neocolonialismo de China, los daños al medioambiente derivados de la construcción de infraestructuras, el hacer negocios con gobiernos corruptos o aliados poco confiables o el fomentar el endeudamiento en naciones empobrecidas.
Sin embargo, esta especie de Plan Marshall, que lleva el sello personal del presidente Xi Jinping, puede ser positivo para los países latinoamericanos en un contexto de estancamiento económico y decrecimiento de la inversión extranjera directa en la región.
Por: Miguel Ángel Montoya, profesor de EGADE Business School; Francisco Javier Valderrey y Adriana Sánchez, profesores del Tecnológico de Monterrey, campus León.