Un agricultor mexicano de maíz tiene la posibilidad de elegir entre dos propuestas para mejorar su producción. Por un lado emplear fertilizantes químicos, lo cual le representaría un gasto de entre seis mil y 10 mil pesos por hectárea; por el otro, puede hacer uso de 250 mililitros de biofertilizantes para la misma extensión de terreno con una inversión de 300 a 400 pesos.
La decisión puede no pasar por lo económico y dar más importancia a lo ecológico. Los fertilizantes químicos que se vierten al suelo son responsables de la presencia de uno de los compuestos más destructores de la capa de ozono y de mayor potencial del calentamiento atmosférico en el ambiente, el óxido nitroso, que es 300 a 400 veces más destructivo que el bióxido de carbono. El empleo de seres vivos en un biofertilizante no afecta la tierra ni la atmósfera y aumenta la producción en una hectárea en comparación con el producto químico.
En nuestro país, la Unidad de Bioprocesos (UBP) del Instituto de Investigaciones Biomédicas (IIBm) de la UNAM, en colaboración con la empresa Biofábrica Siglo XXI, produce biofertilizantes que emplean las bacterias Azospirillim brasilense, Rhizobium etli y Sinorhizobium meliloti para beneficiar a productores de maíz, café, caña de azúcar, trigo, frijol, arroz, avena y sorgo, entre otros granos y leguminosas.
Esta vinculación academia-industria, que cuenta con el apoyo del Conacyt, inició en 2003, y a 10 años de distancia ha logrado que la vida en anaquel del fertilizante biológico sea de hasta dos años y que en su variante líquida pueda ser regado empleando aspersores, lo cual parece no tener precedente en el mundo.
El doctor Marcel Morales Ibarra, director general de Biofábrica Siglo XXI, explica que el principio que rige a los biofertilizantes se basa en la fijación de nitrógeno al suelo. “Este compuesto se encuentra casi en el 90 por ciento de la atmósfera, y las bacterias que nosotros empleamos lo atrapan, lo desdoblan y se lo dan como nutriente a la planta. El proceso se puede realizar químicamente, pero tiene un costo de 10 mil pesos la tonelada, lo cual es difícil para el agricultor mexicano; además es altamente contaminante”.
Hace más de tres décadas que empezó la relación entre Biofábrica y la UNAM, mediante el Centro de Investigación sobre la Fijación de Nitrógeno, uno de los primeros en su tipo en el mundo y que hoy es el Centro de Ciencias Genómicas. “En 2004 producíamos para 15 mil hectáreas, ahora fabricamos producto para cerca de las 200 mil hectáreas”, acota el doctor Morales Ibarra.
El empresario añade que el fertilizante químico es el insumo más ineficiente, pues de cada 100 kilos que se vierten a la tierra, la planta utilizará 30 de ellos, el resto se desperdicia y contaminará. Al emplear el producto biológico se utiliza la mitad de la cantidad del químico con resultados superiores; por ejemplo, en el café se acelera la cosecha hasta 30 por ciento en tiempo.
El respaldo de la UNAM
El doctor Mauricio Trujillo Roldán, director de la UBP, refiere que el biorreactor que se emplea en la UNAM es el más grande de México para el sector académico, y de él se han beneficiado más de 40 estudiantes de licenciatura, maestría y doctorado al realizar pruebas para sus investigaciones. Explica que el 2010 fue reactivado gracias al convenio con Biofábrica Siglo XXI, pues permaneció cerrado por más de 15 años por falta de presupuesto.
Particularmente para este proyecto se producen mil litros de fertilizante biológico en una semana, con los cuales se fortalecen cuatro mil hectáreas de maíz que producen ocho toneladas más que con productos químicos.
“La empresa proporciona las bacterias específicas para estos plantíos, licenciadas para su comercialización a nivel nacional por la UNAM, y en su planta productora fabrican volúmenes de hasta mil litros.
“Los cultivos bacterianos ya formulados y envasados tienen vida útil de hasta dos años a temperatura ambiente, lo que no había sido posible en ningún mercado del mundo, como tampoco el hecho de producirse de forma líquida”, detalla el doctor Trujillo Roldán.
El trabajo de investigación del equipo del IIBm no se detiene, pues cuentan con lotes de prueba para estudio, por lo cual son respaldados por Conacyt mediante el Programa de Estímulos a la Innovación, en su variante de Innovapymes.
El científico de la UNAM aclara que la empresa tiene la garantía de que la formulación mantiene sus características funcionales, fisiológicas y metabólicas para establecer una simbiosis eficiente con la planta y el crecimiento vegetal, es decir, que está diseñada para producir la misma calidad de cepas que no contaminarán el suelo, respaldo con que no cuentan las empresas “patito”.
A su vez, el doctor Morales Ibarra comenta que Biofábrica Siglo XXI está certificada por Conacyt como empresa científica y tecnológica, y que es reconocida por participar en investigación aplicada.
La empresa y la máxima Casa de Estudios de México seguirán colaborando, pues a decir del doctor Marcel Morales lo que sigue es integrar un grupo con centros de investigación de la UNAM, como el de Ecología y el IIBm, para estudiar todos los efecto del uso de biofertilizantes en tierra, atmósfera y cuerpos de agua, a fin de hacerlos más eficientes.
“El tema del empleo de fertilizantes químicos es muy delicado porque implica hablar de la alimentación, pero organismos internacionales han vuelto a dirigir la vista al proceso de fijación de nitrógeno por procesos naturales mediante el uso de biofertilizantes”, añade el empresario.
Finalmente, el doctor Mauricio Trujillo hace hincapié en que innovación es llevar los conceptos de ciencia básica a la ciencia aplicada y entregarlo como un bien a la sociedad, tal como lo hace este ejemplo de vinculación.