jueves, abril 18, 2024
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La farsa en la directiva del FMI

La tardía entrada (y todavía más rápida salida) de Stanley Fischer en la búsqueda de encabezar el Fondo Monetario Internacional puso en evidencia, más todavía si cabe, la farsa que representa el ejercicio.

Hubo tres candidatos formalmente nominados: Christine Lagarde (Francia), Agustín Carstens (México) y el propio Fischer (Estados Unidos-Israel). El cierre para el registro de candidatos tuvo lugar el 10 de junio, pero algún país pudo haber nominado en secreto a otra persona, lo que al parecer no ocurrió.

Las autoridades del FMI alegan que el proceso de selección del nuevo Director Gerente es transparente, abierto y basado en los méritos de los aspirantes. Puede suponerse que ni ellos se toman en serio.

¿Abierto? Puede aducirse que sí, dado que cualquier país miembro del FMI (187 en total) tenía la posibilidad de proponer un candidato. ¿Transparente? No mucho. ¿Por qué se permitió la posibilidad de que se pudiera nominar candidatos en secreto? A saber, pero no puede hablarse precisamente de transparencia.

Pero lo que parece verdaderamente una broma (y de muy mal gusto) es lo de meritocrático.

Con diferencia, entre los tres posibles, Stanley Fischer era sin duda el mejor candidato para presidir el FMI. Respetadísimo académico, sobre todo en cuestiones de teoría económica, así como un servidor público de primer orden en temas de política económica internacional, tanto en el Banco Mundial como en el propio Fondo Monetario Internacional. En este último ocupó la segunda posición en la jerarquía del organismo durante siete años. Su desempeño como el banquero central de Israel ha sido brillante y es lo más cercano a un héroe económico en ese país. Además, cuenta con experiencia en altos cargos en el sector privado (en Citigroup). Y no sobra que sea una persona inmensamente popular entre los funcionarios del FMI, cuya admiración y lealtad se ganó a pulso durante sus años en el organismo.

Pero Fischer fue descartado el 13 de junio por el Consejo Ejecutivo del FMI por su edad, dado que siguiendo las reglas del Fondo (una regla que pudo haber sido eliminada con facilidad), supera la edad límite de 65 años para ser designado.

Con un CV excepcional, el segundo lugar sería para Agustín Carstens. Igualmente muy respetado en los terrenos de teoría y política económica, ha tenido una carrera impresionante tanto en el sector público mexicano como en el propio FMI. Es una de las contadas personas que ha ocupado tanto la Secretaría de Hacienda (Ministerio de Finanzas) como la gubernatura del Banco Central. Representó a México, y otros países, ante el FMI. Fue tan brillante su desempeño que fue invitado a ocupar una de las Subdirecciones del organismo, privilegio habitualmente reservado a ex Ministros (hasta ese momento Carstens no lo había sido). Igualmente, tuvo un desempeño extraordinario.

En tercer y último lugar, la ministra francesa de Economía, Industria y Empleo, Lagarde. Abogada de formación y profesión. Ha sido extremadamente competente en sus cargos ministeriales (que incluyen, además de Economía, los ministerios de Comercio y de Agricultura). Encabezó durante años una de las firmas de abogados más importantes a nivel internacional, Baker & McKenzie. Tiene, pues, un CV impresionante, pero menor, para efectos de encabezar el FMI, que los de Fischer o Carstens. Lagarde puede tener una impresionante capacidad de gestión (lo que, evidentemente, no es poca cosa, aunque lo mismo puede decirse de Fischer o Carstens), pero un conocimiento relativamente poco profundo en cuestiones de teoría y política económica internacional.

Sin embargo, a menos que ciertos temas legales finalmente descarrilen su candidatura (lo que es improbable), Lagarde será elegida en pocas semanas como el nuevo Director Gerente del FMI. ¿Cuál es su principal “mérito”? Es muy sencillo: cuenta con un pasaporte francés. Su designación es una decisión política por parte de los gobiernos europeos, esto es, aquellos que siempre han designado a la cabeza del Fondo, de la misma forma en que Estados Unidos ha nominado al Presidente del Banco Mundial. Con la mayor naturalidad, o cinismo, puede verse como un reparto clásico de cuota de poder global. Y los dueños del pastel no están dispuestos a compartirlo. Migajas, quizá, pero no el pedazo principal.

Es entendible que Trevor Manuel (Sudáfrica) o Grigory Marchenko (Kazajstán) hayan mejor optado por no entrar a un concurso en que los dados estaban claramente cargados. Los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) se pusieron a patalear sobre el proceso, pero finalmente ni siquiera pudieron encontrar un candidato común para apoyar. En el caso de Fischer puede pensarse que, a los 67 años de edad, optó por intentar un sueño que habría podido concretarse en el remoto caso de un tropezón por parte de Lagarde (y eliminando la regla limitante de edad). Carstens bien puede tener una jugada de largo plazo, y con 52 años esperar que más pronto que tarde le llegará el turno, en tiempos futuros en que los méritos sí cuenten. Pero las candidaturas de pesos pesados como Fischer y Carstens han tenido una virtud adicional: desenmascarar el proceso de selección del Director Gerente del FMI como la farsa que es.

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