Las exportaciones tienen estrecha relación con el ritmo económico; es más, pueden ser el quicio que fija no solo el ritmo de creación de empleos en un país sino la identidad de la comunidad entera. Un país es conocido por sus productos, sean agrícolas, ganaderos, industriales o técnicos, dependiendo de los recursos naturales o intelectuales en que se basa la vocación de sus habitantes.
México fue durante muchos años conocido por sus productos naturales como el oro y la plata con que inundó a Europa en los siglos XVI y XVII. Las exportaciones de grana de cochinilla, palo de tinte o de Campeche, ixtles o henequén informaban el grueso de sus ventas al mundo. La insuficiencia de estos productos para sostener la economía de un país independiente y la carestía de los productos importados fue obligando la paulatina industrialización hasta llegar al principio del siglo XX en que los productos elaborados ya comenzaban a aparecer al lado de los tradicionales.
La Revolución de 1910 cambió el concepto que se tenía en nuestro país en cuanto a su comercio exterior. La nacionalización petrolera notificó al mundo que México había alcanzado suficiente independencia política como para tomar decisiones propias. Los siguientes años vieron un comercio exterior todavía acentuada en productos básicos que correspondían a una población de modestas dimensiones, 20 millones de habitantes, pero que comenzaba a crecer a tasas que llegaron a más del 3.2% anual. El éxodo del campo resultó y se acumuló en una preocupante reserva de mano de obra no empleada.
La solución a la realidad demográfica se encontró en la instalación de plantas armadoras y de maquila norteamericanas que, como las de Irlanda o China, proliferaron primero en Chihuahua para extenderse a casi todo el país. El secreto estaba en ocupar los trabajadores llegados del sur para fabricar artículos de exportación compuestos de piezas de importación. Se montaron numerosos “parques industriales” que alojaban grandes talleres bajo el esquema de importar temporalmente, libres de impuestos, componentes de productos terminados destinados a todo mundo.
Aquella etapa fue exitosa y las maquiladoras llegaron a ser los principales empleadores del país. La importación de artículos de consumo y de bienes capital seguía siendo mayor y persistía un terco déficit en la balanza comercial que drenaba la fuerza económica nacional. Para fortalecer nuestras ventas al exterior, y no limitarlas al principal mercado de los Estados Unidos, el gobierno se propuso negociar acuerdos con numerosos países y asociaciones regionales como la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio o el Consejo de Ayuda Mutua de Países Socialistas o con la Unión Europea.
Vistos en su conjunto los resultados actuales son magros en relación a sus posibilidades. Sigue habiendo poco interés por parte de los productores mexicanos por explorar las oportunidades que hay en América Latina o Asia donde hay muchos consumidores para alimentos frescos o procesados, equipos industriales, partes y componentes para ensambladoras o excelentes perspectivas para servicios de ingeniería o asistencias técnicas.
En casi todos los acuerdos comerciales vigentes nos persiguen los déficit. Las importaciones en 2018 fueron de 464,276 millones de dólares que se comparan con 450, 572 millones de dólares de exportación. El déficit total para 2018 fue de 13,794 millones de dólares.
Los tiempos actuales son problemáticos tanto internacionalmente como en casa y los retos para cada uno de los productores, agrícolas como industriales, son difíciles. Cunden las dudas. En esto no importan partidos políticos o teorías liberales o conservadoras. Lo que importa es encontrar las estrategias más efectivas. Lo que están de por medio son los puestos de trabajo y las oportunidades para los jóvenes.
El gobierno del presidente López Obrador tiene que escuchar a los que le advierten que sin los apoyos financieros y fiscales, sin contar con los funcionarios expertos en la promoción de exportaciones, los pequeños y medianos productores que son el 90 % del empresariado nacional, incluyendo cooperativas, carecen de respaldo para emprender, por sí sola, la conquista de los mercados que hay para sus productos.
La extinción repentina de las estructuras oficiales de apoyo y promoción del comercio exterior ha sido un golpe desconcertante para los productores que no quieren limitarse a exportar al vecino al norte sino cosechar nuevos triunfos . Si el gobierno quiere que el comercio exterior cumpla su insustituible papel de poderoso dinamo de todo el desarrollo nacional y quiere que se amplíe el contingente de exportadores entregados con entusiasmo al comercio exterior tiene que reinstalar, no con remiendos improvisados, las estructuras que venían actuando años atrás, eliminando deficiencias, con instrucciones presidenciales, claras y con medios suficientes. Lo contrario es dejar que continúe el desconcierto y que los competidores en un mundo conflictivo nos sigan rebasando.
*Fuente: https://www.elsiglodetorreon.com.mx/
Autor: JULIO FAESLER CARLISLE