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2016, ¿a dónde va el país?

El pánico desplomó los precios del petróleo y provocó una fuerte devaluación del peso: la mezcla mexicana cayó a 21.38 dólares por barril (según datos de Pemex), el 13 de diciembre. Es decir, bajó casi al rango de su costo de producción (20 dólares).

La realidad es que ni China ni Europa, ni mucho menos Asia —con Japón en recesión permanente— son capaces de convertirse en plataformas para un eventual despegue económico global.

Vale la pena preguntar: las turbulencias externas ¿hacia dónde arrastran a la economía mexicana? ¿Tiene nuestro país oportunidad de aprovechar el momento y tomar una mejor posición comercial en Estados Unidos?

Efecto efímero

Parecería que la recaptura de Joaquín Guzmán Loera (el Chapo) abriría por lo menos una rendija para que el Gobierno de la República recuperara la credibilidad perdida, y así atraer inversiones y consolidar en 2016 el crecimiento prometido. El efecto fue efímero y poco le ayudó a Enrique Peña Nieto.

Por cierto, 2015 es el mejor año económico de la actual administración: en 2013 el país creció 1.4%; en 2014, 2.1%; y se estima que en 2015 el avance será de 2.5 por ciento. Algunos analistas suponen que el avance del país seguirá con su lento ascenso y proyectan para 2016 un crecimiento económico de entre 2.6 y 2.8 por ciento.

Para la opinión pública poco vale esa tasa de crecimiento, inclusive el optimismo que pudieron generar las cifras del crecimiento y la inflación históricamente baja, se esfumó en los primeros días de 2016.

El poco optimismo que se tenía para 2016 fue golpeado desde el exterior. Todavía no cerraba la primera quincena de enero cuando México recibió el coletazo del Dragón, coletazo que golpeó con mayor fuerza a naciones sudamericanas; la economía brasileña, por ejemplo, vivirá una fuerte recesión.

La maldición del dragón

Es necesario subrayar que el efecto China fue y es global. Al “conocerse” los reportes de que la economía china no sólo no repunta sino incluso que cada vez es mayor su debilidad, los mercados cayeron en una histeria colectiva: provocaron el peor desplome de los precios internacionales del petróleo, una aguda debilidad del peso frente al dólar y el éxodo global de capitales hacia Estados Unidos.

Quizá los creyentes en maleficios dirían que a Luis Videgaray, secretario de Hacienda, le cayó la “Maldición del Dragón”. El optimismo oficial está tan mermado que nadie habla sobre si existen oportunidades para que la economía mexicana se afiance en los mercados del norte y se lance a la conquista del mercado chino. ¿Habrá oportunidades para caminar en esa dirección? Busquemos datos duros para explorar esta perspectiva.

En el arranque de 2016 los analistas estimaron que el precio del petróleo ya había tocado piso y que los efectos negativos serían menores. Hubo quien vaticinó que como ya había pasado lo peor, habría una recuperación del petróleo, lo que agregaría 0.3% al crecimiento del PIB mexicano.

El débil optimismo de algunos analistas, sin embargo, fue asfixiado por una opinión pública pesimista y escéptica —y con razón— de todo lo que huela a pronósticos oficiales.

Descifrar el futuro siempre ha representado una tarea errática. Quien se atreve a pronosticarlo casi siempre se equivoca. En este campo los economistas no gozan de gran credibilidad y son motivo de célebres las ironías:

¿Por qué Dios creó a los economistas?
Para que los pronósticos del tiempo nos pareciesen buenos.

Inclusive hay quien, con sarcasmo, en pláticas de café cuenta que Cristóbal Colón fue el primer economista. ¿Por qué, pregunta alguien inevitablemente.

La respuesta: “Porque cuando dejó el Puerto de Palos para descubrir América, ignoraba a dónde iba; cuando llegó al nuevo mundo, desconocía dónde estaba. ¡Y todo lo hizo con una beca del Ministerio!”

Lo pertinente, en consecuencia, sería señalar los puntos fuertes y características económicas que tiene el país para enfrentar la crisis global y definir su futuro.

Los más afectados

Veamos primero qué economías nacionales han recibido los peores efectos del desorden mundial, lo cual nos dará algunas coordenadas para ubicar las fortalezas —si las tiene— de la economía mexicana. De inmediato saltan a la vista los países que son exportadores de commodities o materias primas; pero además, los que carecen de un sector manufacturero fuerte y competitivo. Y por si fuera poco, las naciones que mantienen cerrados sus mercados, con esquemas proteccionistas en favor de industrias improductivas. El caso extremo es Venezuela.

En América Latina podemos citar, entre otros, los casos de Argentina, Brasil y Venezuela, que dependen en gran medida de la exportación de commodities. Los dos primeros tienen una fuerte dependencia del mercado chino, mientras el tercero depende de sus ingresos petroleros.

Los mercados cerrados y sobreprotegidos de Brasil sólo permiten espacios pequeños a las importaciones, que en 2014 fueron el equivalente de sólo 10% del PIB (en México: 31.9%); sus exportaciones también son reducidas: 9.6% del PIB (México: 31%).

¿Qué efecto tienen esas diferencias entre Brasil y México? Que nuestro país puede aprovechar la caída de los precios de los commodities (materias primas y alimentos, entre otros) para reducir la inflación. Los datos duros lo comprueban: en 2015, Brasil reportó una inflación (11.4%) seis veces mayor a la nuestra (2.1%). En el caso de México, la reducción histórica de la inflación tuvo efectos positivos fundamentales: elevó el poder de compra del salario real, convirtiendo al mercado interno en palanca de crecimiento (el consumo privado reporta alzas del 3%).

Regresemos a América del Sur. Argentina sigue el mismo patrón económico de Brasil, pero con una inflación aún mas alta (14.3%, es decir, siete veces mayor que la mexicana). Ambos países sudamericanos presentan debilidades en su industria manufacturera.

Pero entonces, cabe preguntar: ¿cuáles son las características que presenta la economía mexicana que, por lo menos hasta ahora, las turbulencias desatadas por los males de China, la caída de los precios internacionales del petróleo, el alza de las tasas de interés en Estados Unidos y la devaluación del peso frente al dólar, no la han desplomado?

En primer lugar, la economía ya no depende de los ingresos petroleros, dejó de ser monoexportadora y claro, el país arrastra un problema: tiene que lidiar con gobierno petrolero-dependiente. La opinión crítica y activa que vivimos está tratando de combatir los excesos del gasto de la clase política y de la corrupción.

En el terreno económico, sin embargo, sí hubo un desmantelamiento del estatismo obeso e improductivo. En el pasado, 80% de la economía nacional dependía del gasto público y sólo un 20% de la actividad productiva no lo requería. Hoy esa ecuación se ha invertido.

De entre los escombros que dejó el colapso de aquel México del siglo XX —de mercados cerrados y de un excesivo y costoso paternalismo estatal— emergió una economía “libre”, con mercados abiertos y sectores altamente competitivos.
Hoy el despegue de las exportaciones se debe, entre otras cosas, a una industria manufacturera (incipiente en el siglo XX) que le cambió —y lo sigue haciendo— las dimensiones, productividad y competitividad de México.

La apertura permitió que en los últimos tres años, por ejemplo, la Inversión Extranjera Directa (IED) reportase montos anuales que van de los 25 a los 30 mil millones de dólares. De enero a septiembre de 2015, ascendió a 21 mil 585.6 millones de dólares, de los cuales alrededor del 50% (11 mil 122 mdd) se fueron al sector manufacturero.

Aun cuando todavía persisten estructuras de la vieja economía del siglo XX, la nueva planta productiva en México presenta características que le permiten contrarrestar los coletazos de China, la caída del petróleo, el alza de las tasas de interés en EU y la devaluación del peso.

No es gratuito ni concesión alguna de un dictamen oficial que la inflación se mantenga en niveles históricamente bajos. La carestía permanece a la baja por razones de mercado, no por decisiones políticas.

Hoy México puede importar commodities baratos —materias primas, granos, alimentos, gas y gasolinas a precios muy reducidos— para abatir la inflación y, además, bajar costos de producción y elevar la competitividad de la industria manufacturera.

En este horizonte, el país se separa de los modelos económicos prevalecientes en América Latina, pero al mismo tiempo se afianza en los mercados de exportación, sobre todo en los de Estados Unidos.

Hay un punto clave para el futuro de nuestro país. Si bien México logró elevar la competitividad de su economía —en especial de la industria manufacturera—, está mejor preparado para afrontar el reto que los “especialistas” aseguran que inevitablemente sucederá: China está obligado a migrar de un modelo exportador a uno de desarrollo basado en el consumo interno.

Si esto sucede, México puede aprovechar esa mutación para ganar mercados en China, la segunda economía mundial.

 

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