domingo, abril 28, 2024
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Los desbalances macroeconómicos permanentes en México y el sistema bancario mexicano

Ante tal escenario el Gobierno buscará mantener la estabilidad de la economía mexicana, advirtió, el pasado jueves 10 de septiembre, Luis Videgaray, Secretario de Hacienda y Crédito Público en el Foro Expansión 2015:El nuevo modelo de crecimiento. Entonces, si las circunstancias se asemejan a aquellos años es preciso hacer un esfuerzo de análisis de la ruta seguida.

La banca es pieza importante en el desarrollo de cualquier país y su función es potenciar el progreso de la economía. Sin embargo, la banca en México no sólo no se ha comprometido a profundidad con el sector productivo, sino que es fuente generadora de inestabilidad financiera. Por ello, es pertinente dar a conocer que existe un “pequeño detalle”: la transformación y consolidación bancaria y su vínculo con los desequilibrios macroeconómicos permanentes –el sector externo y fiscal. Esto significa reconocer que tenemos un problema funcional en la estructura de la economía mexicana, antes que un problema externo.

Sin embargo, el Estado mexicano no puede ejercer –como quisiera– la rectoría del sistema bancario, la actividad bancaria y, en general del sistema financiero mexicano porque todo el proceso de consolidación bancaria terminó en entregar las atribuciones para establecer la política monetaria y crediticia a los bancos. Esto significa que tampoco podemos basarnos en una política económica soberana porque no existe país en el mundo, excepto México, que no disponga de un sistema bancario que no esté vinculado a su proyecto de desarrollo de largo plazo.Esto es importante cuando la deuda interna –la deuda que el gobierno contrae con sus propios ciudadanos y/o con los bancos– para 2015 se encuentra en los 6 billones de pesos, equivalente al 35% del PIB y cuando a la mitad de este sexenio con Enrique Peña Nieto (2012-2018), la economía requirió contratar 85 mil 599 millones de dólares de deuda externa, del cual el 53% pertenece al sector privado y la banca comercial locales, que en 15 años se ha pagado 7 veces su monto .

Además, en un entorno de desaceleración de la actividad económica el conjunto de bancos que opera en el país obtuvo entre enero y julio de este año utilidades por 64 mil 496 millones de pesos, cifra mayor en un 12.8% que la del mismo periodo de 2014, según la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV).

Lo que llama la atención es que la economía mexicana presenta la irregularidad de que la deuda neta del sector público –que incluye la deuda neta del gobierno federal, de las empresas productivas del Estado y de la banca de desarrollo– se ha elevado a 42% del PIB y no ha servido para que el gobierno aligere la carga tributaria, y además, como no está constituyendo una reserva de valor –dado que las reformas estructurales están muy por debajo de las expectativas y las necesidades– se está preocupando más por estar manteniendo la liquidez de los mercados crediticios.

Estamos de acuerdo con el Secretario de Hacienda en que existe una situación semejante a la de 1982, pero si lo estamos, no se deberían omitirciertos procesos estructurales, como el perteneciente a la concentración del capital extranjero en el sistema bancario que, representa un tipo de enfermedad funcional en los gobiernos mexicanos porque no sólo no aceptan quehan puesto la piedra con la que están tropezando, sino que son renuentes a verla.

También estoy de acuerdo en que un reto fundamental es mantener la estabilidad de la economía, pero cuando la estabilidad no da paso a que el argumento sea que México cuente con sólido crecimiento económico y un mercado interno fuerte, estamos en gran medida, atándonos a las rigideces de siempre.

Por lo tanto, el problema de las “reformas estructurales” en México es que los desbalances macroeconómicos permanentes –externo y fiscal– hacen que toda la posición de la economía mexicana sea vulnerable. Mantener esta posición ha tenido, y muestra tener, consecuencias nefastas y recurrentes: acumulación de deuda que limita futuros márgenes de maniobra, venta de activos públicos, incremento de impuestos y reducción de gasto (austeridad), reversiones bruscas de capital, movimientos cambiarios abruptos y dispendio que alimenta la corrupción, impunidad y conflictos de interés, además de graves problemas de desigualdad y pobreza. Por eso, no debería resultar ninguna sorpresa que la mejor política económica que ha realizado México en más de tres décadas y, que pretende seguir, es la de “esperar” un cambio de situación externa que nos sea favorable, y donde las crisis se nos muestran como un problema “casual”.

Por lo tanto, se debe aceptar que, si bien es cierto que los cambios son bienvenidos, el futuro no está recargado en las reformas, ni mucho menos en la guerra de candidatos y partidos políticos que se viene para 2018, sino en asumir el desafío y la responsabilidad urgentes de la generación de ideas y acuerdos para establecer esquemas alternativos de desarrollo.  

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